Libros vacíos y el lector del siglo XXI
- Puntos Suspensivos
- 26 nov 2018
- 5 Min. de lectura

Los medios hablan de forma genérica de sus beneficios con la misma ligereza y buena intención con la que hablan de hacer ejercicio y comer balanceado, insiste en ello las instituciones de educación y de cultura, en México aún resuena aquella campaña de "Lee al menos media hora al día" como fórmula complaciente ante una nación que no lee. Los maestros insisten a rajatabla leer los clásicos, consultar las bibliotecas y hacer buen uso de los recursos informáticos que disponemos en este siglo.
Leer hace bien, te amplia el léxico, te hace pensar. Un pueblo culto es un pueblo que no se deja. El gobierno le teme a un pueblo lector, asegura la izquierda en su hambre revolucionaria. De tal manera que todos parecen coincidir en las ventajas de la lectura, y de todos lados vienen mensajes que alientan su práctica.
Esto ha terminado por quedar asimilado de alguna manera entre la población, que lo sabe en sus adentros y lo repite en público, lo recomienda a amigos y desconocidos. Pero al ver el índice muy bajo de lectura, uno termina por preguntarse si esto de leer no tendrá implicaciones más complejas de las que nos quieren hacer creer. ¿Será que la forma de leer ha cambiado? ¿Qué leen las nuevas generaciones? Porque el libro como tal ha cambiado, en su contenido y en su forma. ¿Qué lee el lector del siglo XXI? Esto es lo que pretendemos dilucidar a la luz de ciertos teóricos.
Michel de Certeau abre su ensayo Leer, una cacería furtiva citando a Alvin Toffler acerca de la idea de una “nueva especie” humana que se caracterizaría por el consumo artístico de masas, y cómo esa declaración distaba mucho de la realidad que Certeau observaba, caracterizada por un consumo de arte sólo por las clases altas.

Podríamos comenzar por cuestionar cómo es posible que un modo de producción tan capaz como lo es la producción capitalista, competente para la producción en masa, inmensamente tecnológica y con gran alcance como ningún otro medio de producción en la historia humana, no haya logrado proveer de lo indispensable a los seres humanos. El optimismo que se le dedicaba a este sistema podría ser comparable al del siglo XVIII por los ideales del Siglo de las Luces. Hoy, ante el inminente desencanto, vemos cómo el consumo de arte por parte del público en general, a veces tiene que tomar vertientes no legales con tal de satisfacer la natural necesidad de cultura, tal es el caso de la piratería.
Centrándonos en la literatura, el libro como objeto de producción contiene particularidades dentro del sistema capitalista. Karl Marx hablaba del fetichismo de la mercancía, un valor colocado en el objeto producido que ocasiona dos reacciones: otorga un valor que el producto en sí no tenía (emocional, de utilidad, de estatus) y oculta, por lo anterior, su origen como producto en masa hecho con base en la explotación de los obreros.
Detengámonos en la concepción del libro como un fetiche de la producción. La industria editorial, empresa al fin y al cabo, ha sabido cómo atraer a los jóvenes a sus productos, precisamente con todas las maravillas que enunciamos al principio de este ensayo. Un libro/producto con portada atractiva, una historia que promete mantenerte en emoción, una prosa sencilla y llena de recursos emotivos más que estéticos. ¿Qué encontramos en un libro moderno?

Se ha criticado a las modernas sagas por hacer recurso de elementos demasiado trillados en la literatura. Aunque, con justicia, hay que aclarar que hablar de originalidad en literatura presenta muchas dificultades, pues “todo ya ha sido dicho”. Para el lector desprevenido, la historia de un amor prohibido por conflictos familiares puede resultarle novedosa, pero para quien cuenta con una trayectoria de lectura más generosa, sabe que el tema tiene una excelente representación en Romeo y Julieta de Shakespeare. Y quien pretenda ahondar más en la cuestión, sabe que la propia obra de Shakespeare halla su arquetipo en la mitología griega con Píramo y Tisbe.
Así, los temas usados en la literatura pueden rastrearse tan atrás en la historia como lo permitan los registros. Y esto es porque en el libro no se agota el discurso del autor: su materialidad no declara el tema agotado, porque en el libro como unidad se encuentra un amplió paisaje de referencias a otros libros, a otros escritores. Y todo esto sin respetar la secuencia del tiempo, por lo que “las márgenes del libro no están jamás neta ni rigurosamente cortadas”.
Queda pues aclarado que no es la originalidad el problema en las publicaciones actuales, sino tal vez la poca sutileza para tratar la historia, con estructuras muy sencillas. Todo por contar una historia, sin importar qué profundidad tiene, cómo es desarrollada la estructura de su narración.

¿Será precisamente esta ausencia en las sagas juveniles la misma que señala Slavoj Zizek cuando habla que en el mercado actual, los productos se venden sin la propiedad dañina que les da sustento, como café sin cafeína, crema sin grasa, cerveza sin alcohol? ¿Libro sin ideas o reflexión? “El hedonismo de hoy combina el placer con la restricción”.
Queda de esta manera “neutralizada” la lectura, si es el caso que las grandes editoriales nos están ofreciendo un libro de paja, un producto que no se puede contrastar a sí mismo por su misma vaciedad, es pues “rumiar la ración de simulacros que el sistema distribuye a cada uno”.
Aquí Certeau nos puede ayudar con su concepción de las múltiples lecturas y cómo la literalidad de un texto está en manos de las instituciones. Aunque Certeau habla de los medios de comunicación, la industria editorial, siendo parte de las industrias culturales, está relacionada con los medios en tanto que en ellos se publicita, y porque su producto sigue siendo un medio masivo de comunicación.
La moderna restricción de la lectura se fragua en los medios que popularizan ciertos libros y se forma una agenda de libros ideales en la lectura. Mientras que Certeau habla de un apropiación del sentido por parte de las instituciones habrá que pensar si acaso hay sentido en la producción que ponen a nuestro alcance. Porque si no lo tiene, la literalidad de los textos ha sido desplazada por productos a los cuales no se les puede cuestionar, pues no hay nada que cuestionar.

De tal manera que se han generado numerosas comunidades de lectores en la web, un mercado que tampoco está exento de dominación por parte de las industrias que saben que hay una creciente generación que consume su lectura a través de internet y de las nuevas tecnologías.
Y es aquí donde Jean Baudrillard expone la posibilidad de que sean los medios, que en la concepción marxista clásica son un instrumento de ideología, sirvan a los intereses comunes, “liberarlos, reintegrarlos a su vocación social de comunicación abierta y de intercambio democrático ilimitado.”
Visto así, la liberación no sería una conquista de los medios de producción, sino del espacio de comunicación. “Acción simbólica” la llama Baudrillard, que es desviar el poder de los media en cadena a favor. Esto lo ilustra con los acontecimientos políticos de Francia en el Mayo del 68, con las protestas estudiantiles.
No es que los medio se hayan traicionado, sino que proyectando la opinión pública en los medios, como es su función habitual, desembocó en una maduración muy rápida del movimiento, que lo dio a conocer con una fuerza por encima de los pronósticos.
Podemos concluir, por lo tanto, que la nueva subversión del lector del siglo XXI, si no quiere verso atado a lo libro/producto, tendrá que ser a través de la acción simbólica, de su despertar de la ignominia, para retomar el sentido perdido en los libros, y establecer no una literalidad producto de un consenso social, sino una lectura libre de interpretaciones.
Por Hakeem Reddie
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